De las muchas formas en que Dios puede hablarnos,
¿cuál es la mejor?
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a
quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”
(Hebreos 1:1-2). Esas “muchas maneras” de Dios son sus diferentes métodos de
comunicación: a través de la naturaleza, de su palabra escrita (la Biblia), de
su palabra viviente (Cristo), de su palabra hablada, de su providencia,
respondiendo a los pedidos de nuestras oraciones, etc.
Cuando sufrimos, lo único que a veces pedimos, como Job, es poder escuchar a Dios. Ninguno de sus amigos acertó a decirle por qué estaba sufriendo. Hacen todo lo contrario, lo castigan con prejuzgamientos tan equivocados que solo dañaron más a Job. “Entonces respondió Jehová a Job desde un torbellino…” (Job 38:1; 40;6). Dios no había hablado desde el capítulo 2; Job esperó hasta el 38 y ahora lo hace desde un torbellino (tempestad, tormenta, viento fuerte o huracanado). Nada preparó a Job ni al creyente de hoy, para esta repentina aparición de Dios. Esta forma de revelarse también aparece en Isaías 29:6 cuando dice que la ciudad de David sería visitada por Dios “con truenos, con terremotos y con gran ruido, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor”. Sin embargo, cuando en medio de su problemática huida, que lo lleva a pedirle a Dios que le quite la vida, Elías también lo escucha a través de un “silbo apacible”: “…Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:11,12). Recién allí, Dios comenzó a hablarle. Estaba solo y en un país extraño. Necesitaba una revelación poderosa de Dios a través del viento, del terremoto y del fuego, para ver su omnipotencia. Pero también necesitaba un “silbo apacible y delicado” como una suave brisa, símbolo de la relación de intimidad espiritual que esperaba del profeta, para calmar su impaciencia y demostrarle su omnipresencia (está en todos lados con él) y su omnisciencia (lo sabe todo).
Dios nunca se queda sin palabras. Siempre busca acercarse para hablarnos. Pero muchas veces estamos ocupados y otras veces estamos preocupados, generalmente distraídos o demasiado concentrados en otras voces de nuestro alrededor. Clive S. Lewis (1898-1963), famoso medievalista, apologista cristiano, ensayista y escritor británico dijo: “Dios nos susurra a través de la creación, nos habla a través de Las Escrituras y nos grita a través del sufrimiento”. Esto significa que, en muchos casos, Dios intenta decirnos cosas para nuestro bien y al no escucharlo, debe acudir a otros métodos para captar nuestra atención. Siempre somos nosotros los que provocamos la interrupción de la comunicación.
¿Cómo
escuchar a Dios en medio de nuestras tempestades de la vida? Orando más, pero
también mirando mejor a Cristo, prestándole más atención: Jesús no trae un
mensaje más, es el mensaje; es la perfecta revelación de Dios. Por
eso dijo: “Este es mi Hijo, mi escogido. ¡Escúchenlo! “(Lucas 9:35 NVI).
Angel Magnífico